A finales de los años sesenta y principios de los setenta, Argentina se encontraba inmersa en una situación de agitación política y malestar social y Amalia Jamilis se sentaba a escribir Los trabajos nocturnos. Durante este período tan turbulento, el general Juan Carlos Onganía asumió el poder mediante un golpe militar en 1966, lo que supuso el inicio de una dictadura que dejaría una huella profunda en la nación. El régimen de Onganía se caracterizó por una severa represión social; las voces disidentes fueron silenciadas, la oposición fue aplastada y muchos argentinos vivían atemorizados. El ascenso al poder de Onganía estuvo motivado por su deseo de restaurar el orden y acabar con las amenazas al orden social establecido. Bajo su liderazgo, la junta militar trató de erradicar las ideologías de izquierda, los movimientos estudiantiles y cualquier forma de disidencia que desafiara la autoridad del régimen. Esto marcó el comienzo de una era en la que la represión social se convirtió en una herramienta fundamental para el mantenimiento del régimen.
Una de las características clave de la dictadura de Onganía fue la despiadada represión de las expresiones contrarias al régimen. La oposición política, los sindicatos y los movimientos estudiantiles fueron objeto de persecución, y la junta militar empleó medidas extremas para acabar con cualquier forma de protesta. El régimen justificó sus acciones con el pretexto de preservar la ley y el orden, pero en realidad su propósito era aplastar cualquier posible desafío a su autoridad.
Los opositores políticos sufrieron persecución, encarcelamiento e incluso desapariciones forzadas. Los tristemente célebres centros clandestinos de detención, donde abundaban la tortura y los ataques contra los derechos humanos, se convirtieron en sinónimo del régimen de Onganía. La intolerancia del gobierno hacia la oposición provocó un clima de miedo, en el que los ciudadanos dudaban en expresar sus opiniones por temor a represalias.
Tal y como Jamilis trata en su relato «Desde el balcón», el régimen de Onganía se ensañó especialmente con intelectuales y estudiantes, por considerarlos la vanguardia de la oposición. Las universidades se convirtieron en focos de resistencia, ya al movilizarse los estudiantes contra el régimen autoritario. En respuesta, el ejército intervino en las instituciones académicas, erradicando las supuestas influencias izquierdistas y restringiendo la libertad intelectual. Tanto profesores como estudiantes fueron perseguidos, y muchos se vieron obligados a exiliarse o fueron intimidados para que guardaran silencio. Este atentado contra la educación y el discurso intelectual tuvo consecuencias duraderas, asfixiando la libertad de cátedra y dejando un vacío en el panorama intelectual de Argentina durante años.
La represión de la dictadura se extendió a los movimientos sindicales, considerados catalizadores potenciales de la amenaza contra el orden establecido. Onganía impuso políticas que cercenaban los derechos de los trabajadores, suprimían el derecho a huelga y desmantelaban el poder de negociación colectiva de los sindicatos. El régimen pretendía crear una mano de obra obediente, desprovista de la fuerza organizativa que podían proporcionar los sindicatos.
Los trabajadores que se atrevieron a protestar o a exigir mejores condiciones de trabajo se enfrentaron a graves consecuencias, como despidos, detenciones y agresiones. La supresión de los movimientos sindicales no sólo afectó a los medios de subsistencia inmediata de los trabajadores, sino que también contribuyó a erosionar la solidaridad social y el poder de acción colectivo.
La dictadura de Onganía dejó un legado de miedo e intimidación en la sociedad argentina y la cultura del silencio y la autocensura persistieron, y muchos todavía dudan en hablar abiertamente de los traumas de aquellos años. Aunque los gobiernos democráticos posteriores han intentado abordar los abusos contra los derechos humanos y cerrar las heridas del pasado, el recuerdo de la dictadura de Onganía sigue influyendo en la memoria colectiva de Argentina. Comprender este oscuro de la historia de Argentina es crucial para entender el desasosiego y la sensación de incapacidad de hacerse cargo de sus propias vidas que atraviesa los relatos de Amalia Jamilis. Los trabajos nocturnos es, sin duda alguna, una obra profundamente influida por su tiempo que también exploró la psicología de la represión y sus efectos en la sociedad argentina.
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