En este blog os hemos presentado a Amalia Jamilis y a su literatura, hemos contextualizado la dura realidad de la Argentina en la que vivió, pero todavía nos faltaba por abordar una de las facetas más importantes de nuestra querida autora. Artista polifacética, no solo fue una gran cuentista premiada también fue una pintora excelente. Estudió artes plásticas en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón dedicándose profesionalmente a dar clases de pintura.
En los cuadros de Jamilis podemos ver un reflejo del momento histórico, pinceladas de las estéticas vanguardistas que representan situaciones más cotidianas. Donde las vanguardias van abriendo paso al arte referencial que se vuelve a preocupar por la realidad del momento, por los personajes que podemos encontrarnos en sus cuentos, sin dejar de lado esos toques más oníricos y fantásticos, que vemos como influencias en figuras que nos recuerdan al cubismo, con fondos con elementos planos, con formas que nos pueden evocar un collage, con piezas de colores intensos que se unen en cuadros.
De hecho, la propia autora entrelazó ambos aspectos en sus inicios como cuentista. Jamilis empezó a publicar enviando sus relatos a la prensa y los acompañaba con ilustraciones propias hechas a pluma y tinta. Ilustraciones en cuyos rostros ya podemos ver ciertas influencias cubistas.
No vemos una estética estancada, sino con variación entre sus obras, en las que el color va alejándose también de esos momentos planos y la referencia cobra mayor importancia. En sus cuadros vemos escenas de mujeres, de personajes marginales, en sus casas, en el puerto, que no pueden dejar de recordarnos Los trabajos nocturnos, vemos que en toda la obra de Jamilis hay una intención y preocupación por representar a las personas marginales y por vestir de un aire onírico, a veces surrealista, estas escenas que representan el día a día de las mujeres.
En los cuadros de Jamilis va cobrando importancia la tendencia a la autorreferencialidad, con escenas que hacen de espejo de la realidad que por su foco temático en la mujer también están mandando un mensaje político, pero cuyo lenguaje visual es más experimental, jugando con diferentes movimientos vanguardistas ya mencionados, con las líneas cubistas, con momentos más surrealistas, con composiciones que recuerdan al collage, con colores intensos y más planos. Esta tendencia cobró importancia en la Argentina de los sesenta y setenta, influida por las vanguardias de los cincuenta, marcada por el clima político convulso que empieza a reclamar la atención de los movimientos artísticos.
Como editoras de Jamilis no podemos dejar de ver su obra escrita en sus cuadros. Al ver a las mujeres desnudas en el puerto evocamos las enseñanzas de la tía Bona en «Las plagas», de esa búsqueda de libertad de la mujer, el aprendizaje de Tina. Oímos su voz —en la aceptación del cuerpo como cuerpo, del estar con una misma— en este cuadro, con tintes surrealistas, de mujeres mágicas que viven en contacto con la naturaleza.
En los salones de estas mujeres, en sus vasijas, es difícil no pensar en Cela yendo a ver a sus tías, en los espacios femeninos que habitan las mujeres, en cómo se sienten. Nos preguntamos quiénes serán estas mujeres para Amalia Jamilis. Vemos como pincela sus historias en imágenes igual que escribe sus libros, cargados de escenas que el lector puede ver al leer su obra, siendo trasportado a parques cerrados, sintiendo el olor de los peces o el calor y el verdor de los parajes por los que corre Bona. Los árboles de las plazas de Buenos Aires que a través de las palabras se calcan en nuestras retinas son evocados en los cuadros de Jamilis, siendo una incapaz de no ver a la autora reflejada en sus obras. Viendo a la pintora en la escritora precisa que pincela, y a la escritora en la artista que con su arte no deja de contarnos historias a través de los colores, las líneas y las imágenes pintadas.
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