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«Los trabajos nocturnos»: un retrato revelador de la otredad y la marginalización en la literatura hispanoamericana




En el amplio panorama de la literatura existen obras que desafían las convenciones y nos invitan a explorar realidades marginales y experiencias de vida que, por desgracia, son más comunes de lo que nos podemos llegar a imaginar. Los cuentos que en breves vamos a publicar se pueden leer desde una mirada actual, ya no solo por el panorama económico, sino también por una cuestión sociológica en donde ser silenciado y marginado es más que nunca parte de la condición humana.

 

En medio de un clima de agitación política y represión social, Jamilis teje una narrativa que arroja luz sobre las vidas de aquellos que fueron excluidos y privados de voz y voto por el régimen autoritario de Juan Carlos Onganía. A modo de ejemplo, Los trabajos nocturnos emerge como un testimonio poderoso de la otredad y de la marginalidad en el contexto de la dictadura argentina de los años sesenta y setenta, explorando cómo los personajes de estos nueve cuentos nos ofrecen una perspectiva única sobre la condición humana. Gente humilde desde prostitutas, niños expósitos (‘que han sido abandonados’), drogadictos, estudiantes hasta aquellos que luchan por sobrevivir en las calles, cada personaje en esta obra representa una faceta de la marginalización y de la otredad, cuyas voces apenas son escuchadas y cuyas opciones para sobrevivir y coexistir en un mundo injusto y cruel se encuentran enormemente limitadas.

 

No os queremos desvelar demasiado, pero os podréis imaginar que vivir bajo una dictadura no es nada fácil. El miedo constante a expresarte, la incertidumbre sobre cómo conseguir alimento cuando el trabajo es escaso, la frustración de perseguir unos sueños que parecen inalcanzables debido a la falta de recursos y oportunidades… Todo esto conforma el telón de fondo de sus vidas y, como es de esperar, esta serie de situaciones y de sentimientos han repercutido negativamente en la autoestima y en la vida de estos personajes, provocando que, al convertirse en adultos, no sean capaces de lidiar con sus emociones, ni con sus vidas en general, por lo que decaen en el alcohol, las drogas y otras conductas autodestructivas, cuyos detalles preferimos no rebelar.

 

Vais a ver cómo, a través de estos relatos, los personajes se enfrentan a la fragilidad de la identidad y, entre medias, a la arbitrariedad de las fronteras que la sociedad ha creado para separar a los «otros» por medio de unas imposiciones y unos dogmas. A modo de ilustración, pongamos el siguiente caso del cuento «Casa en que vivimos», en donde ni siquiera la misma madre puede opinar si puede quedarse o no con su hijo:

 

—Esta vez no pude —se disculpó después él en la cocina.

—Dejalo con nosotros —rogó Olimpia, sin pensar en su cara llena de pintura corrida.

—Dejalo —la apoyó Victoria, porque después de Misa, Rogelio era lo que ella más quería en el mundo. Pero Cela dijo que no, que nada de tonterías, que el chico estaba muy crecido y pronto se convertiría en un estorbo.

 

En el cuento de «Acuario» tenemos a Julio, un joven con una vida por delante al que le destruyeron los sueños:

 

El día en que golpeaste la mesa con el puño aullando, basta de vagabundear haciéndote el artista, y Julio se puso blanco, como si se le hubiera ido la sangre de la cara, y te juró que de allí en adelante trabajaría en el negocio, ese día, Sebastián, él subió a mi cuarto de costura, me miró largamente y con una voz desconocida, aguda, casi feme­nina, dijo: quisiera tener un acuario y en ese acuario criar un narval y mirarlo, mirarlo todo el día.

 

Otro caso lo vemos en el cuento «Los trabajos nocturnos», en donde vemos al personaje de Olimpia, quien apenas puede decidir sobre su propio cuerpo:

 

—Bueno —dije, ya aliviada—. Me voy, buenas noches. Ahora que había dejado el paquete volvía a recuperar la tranquilidad. Pero varias voces se alzaron gritando:

—Jamás, nunca. Es una verdadera puta, no puede irse. Betolé, no la dejes ir. —Y cosas así.

Miré en dirección a la mujer gorda. Su blancura parecía fosforecer entre las dos luces rojas. Llevaba un vestido largo, plateado, semejante a una túnica. De sus sandalias asomaban unos pies ridículamente chicos, con uñas pinta das de rojo oscuro. Noté que le acercaban una copa, luego vi su brazo extenderse hacia mí.

—Ahí tienes, querida. Saboréalo lentamente, te puede emborrachar.

—Pero no quiero —empecé a decir yo.

Necesitaba gritar y sentía miedo. Alguien empujó la copa contra mi boca y el vidrio, al chocar, me cortó el labio.

 

Cela, Julio, el músico sin talento, los estudiantes, la tía Bona, Olimpia, la mujer de Sebastián y Victoria, entre otros, son un ejemplo claro de que Jamilis no se limita a retratar a los excluidos como simples víctimas de circunstancias adversas, sino que nos muestra su resistencia, su lucha por encontrar su lugar en un mundo hostil que los ha empujado a esa realidad. Con una prosa impactante y una realidad donde el sufrimiento es palpable, donde cada palabra es un eco de angustia y desesperación, camuflada con unos tintes de comedia, Jamilis nos recuerda la importancia de recordar y reflexionar sobre este oscuro capítulo de la historia argentina, sin acallar ni dejar atrás a aquellos que merecen un lugar en la Historia. Solo al confrontar el pasado podemos esperar construir un futuro más justo y equitativo para todos. Es un recordatorio de la fragilidad humana, de la crueldad del destino y de la lucha eterna por encontrar un rayo de luz en la oscuridad, aunque todos sepamos que, en esta realidad, la esperanza dura lo mismo que un destello fugaz.

 

 

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