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Aprender a desaprender: la edición de Los trabajos nocturnos



Cuando hace seis meses se nos entregó el documento de Los trabajos nocturnos, ninguna de las diez personas que hoy nos hacemos llamar editoras nocturnas sabía qué esperar de él. Las obras son como hijos para sus autores, esos que nacen de sus entrañas y a los que crían, a veces con caricias, otras con mano dura. Pero para los editores no es así, quizá la relación entre editor y obra se acerca más a la de tío y sobrino, aquella que, sin educar, da forma donde la primera no puede. Esto es lo que nosotras teníamos que aprender a hacer, reconocer aquellas marcas de educación de Jamilis y pulirlas en aquellos lugares en los que fuera necesario. Teníamos que enamorarnos, en su defecto respetar, la obra que íbamos a editar. En nuestro caso, lo primero no fue difícil. Desde un primer momento muchas de nosotras caímos rendidas ante ella, pero incluso quienes fueron más escépticas en un comienzo, terminaron por considerarla un regalo. Trabajar en una obra que comprendes y disfrutas es el mayor regalo que se le puede hacer a un editor, no hace que el trabajo sea menor, pero sí más sencillo.


El documento que recibimos de la obra fue una digitalización de la edición del Centro Editor de América Latina, edición publicada en el año 1971 casi imposible de conseguir en España. Nos fue necesaria una exhaustiva labor de revisión y cotejo del documento, y aun así no dejamos de encontrar errores a lo largo de todo el proceso de edición y corrección. Algunos pequeños, como el cambio de una letra d por una b, otros más complejos, como la falta de pasajes enteros. Tras esta primera confrontación con la obra, tuvimos que aprender a leer un español que no era el nuestro. Era necesario que comprendiéramos la lengua en la que Amalia Jamilis pensaba y escribía, sus formas, expresiones y singularidades. Teníamos que aprender a desaprender aquello que considerábamos lo correcto.  Esto nos trajo algún que otro quebradero de cabeza, ya que el desconocimiento y la inexperiencia hizo que elimináramos muchas de las particularidades del español rioplatense. Por suerte, pudimos ir corrigiendo poco a poco estas modificaciones que estaban corrompiendo nuestra edición sin ser nosotras conscientes de ello. Queríamos que la edición fuera perfecta y para ello teníamos que entender la obra en su totalidad, en forma y estilo.


Entre eliminar comas, volverlas a añadir, cambios en la puntuación de diálogos, investigaciones sobre expresiones y términos que se nos hacían opacos y una larga lista de intervenciones de mayor o menor importancia, llegamos al fin de nuestro proceso de corrección. Teníamos ante nosotras el trabajo de varios meses resumido en apenas ochenta folios. «¿Y ahora qué?», nos preguntábamos. Teníamos que convertir ese documento, todo repleto de marcas de corrección en color rojo, en un libro. Y eso hicimos. El tiempo fue pasando y con él la edición y corrección del prólogo, las reuniones para encontrar el diseño de cubierta, la redacción de los textos complementarios de la obra y la revisión de las pruebas de maquetación. Todos pasos hacia delante, muchas veces con dudas, pero al final siempre firmes. Queríamos presentar la mejor edición posible de la obra. Una edición que nos hiciera sentir orgullosas de nuestro trabajo y que reflejara la pasión que hemos sentido por el proyecto y Los trabajos nocturnos. Una edición que hubiera hecho sentir orgullosa a Amalia Jamilis y a todos aquellos que leyeron y disfrutaron su obra. Una edición con la que recuperar su legado y visión.


Creo que lo hemos conseguido.

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